Nos encontramos en un punto de inflexión crítico donde la negación ya no es una opción viable.
Es imprescindible reconocer cómo los teléfonos inteligentes están moldeando las vidas de las generaciones más jóvenes de una manera profunda y a menudo problemática.
Numerosos estudios y el sentido común colectivo apuntan al hecho indiscutible de que estos dispositivos son extraordinariamente adictivos.
Más allá de la adicción, la distracción constante que ofrecen los smartphones erosiona la capacidad de concentración y aprendizaje en los niños.
Además, existe una creciente evidencia que respalda la nociva influencia de los smartphones en el bienestar emocional y mental de los jóvenes.
Ante esta realidad, es fundamental tomar medidas concienzudas y adaptativas para contrarrestar estos efectos.
Solo entonces podremos abrir un camino hacia un futuro en el que la tecnología sirva para potenciar, y no menoscabar, el desarrollo saludable de nuestros niños.